El pequeño Leonardo fue un bebé muy deseado. Cuando sus padres contemplan sus grandes ojos azules, apenas pueden creer que tengan un niño tan alegre y bueno.

Al llegar Tu Reportaje a la casa del pequeño Leonardo, en Polop, nos reciben sus padres, Gema y Roberto. El niño está en el salón, jugando con su juguete preferido, un radiocasete. Le apasiona la música. Siendo aún bebé, bailaba y aplaudía, así que los padres, hace poco, decidieron regalarle un radiocasete para que aprendiera a usarlo y disfrutarlo.

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“Le encanta la música”, cuenta la madre. “Ya durante el embarazo poníamos los cascos en mi barriga para que la escuchase”.

Leonardo nos mira con sus ojazos azules rodeados de largas pestañas. Es como si nos invitara a bailar. Mueve su pequeño cuerpo, va al otro lado del salón, y vuelve. Los padres le miran con orgullo.

“Fue un niño muy deseado. Recuerdo como si fuese ahora mismo el instante en el que se marcaron las dos rayitas en el test del embarazo. Tenía un ligero temor de que las cosas no fueran a salir bien, pero muy pronto la matrona nos dijo que todo iba según lo esperado. Lo confirmó una ecografía en la que se vislumbraba una pequeña bolita. Todo estaba en su sitio. A partir de ese día, lo llamamos la Avellanita.”

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Durante el embarazo, Gema empezó a escribir un pequeño diario en el que transcribía todas sus emociones y la forma en que se desarrollaba el embarazo para que con el paso del tiempo pudiéramos recordar todo el proceso. Estaba tan a gusto sintiéndolo dentro de sí, que no quería que acabase, aunque se moría de ganas de verle por fin.

“El embarazo fue buenísimo, no tuve apenas molestias. Lo que más ilusión nos hacía era escuchar el latido de su corazoncito cuando acudíamos a nuestra cita con la matrona, sobre todo la primera vez. Fue una sensación indescriptible, que nos hizo llorar de emoción”.

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Cuando supieron que era niño, se pusieron muy contentos. Sobre todo el padre.

“Todas las noches me daba un beso en la barriga y le deseaba buenas noches. Le impresionaba, al igual que a mí, la manera en que iba creciendo y cómo daba pataditas que se sentían perfectamente”.

Querían que la casa estuviese perfecta el día que llegara el bebé. Así que compraron pintura y empezaron a pintar todas las habitaciones. La de Leonardo la pintaron de azul. Vinieron los padres de Gema a ayudarles, y dejaron todo preparado para la llegada del rey de la casa.

“Tras cuatro días en el hospital, por fin llegó la hora de irnos a casa. Era un día muy soleado y hacía bastante calor. Lo subimos por primera vez en el maxi cosí del coche. Apenas sabíamos cómo se hacía. Todo era nuevo para nosotros”.

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Llegar a casa fue muy emocionante. Estar allí con el bebé fue algo que ambos recuerdan como mágico, algo inolvidable.

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“Cuando salimos del hospital, y debido a la emoción de todo lo que habíamos vivido allí, nos olvidamos del primer muñeco de Leonardo, una vaquita que le habían regalado nada más nacer sus abuelos Ángela y Vicente, y su tía Rocío. Nos dimos cuenta al llegar a casa, y llamamos enseguida al hospital para saber si estaba allí. No sabían nada. Así que volvimos corriendo al hospital, y allí lo encontramos. Nos alegramos muchísimo”.

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Desde el primer día, Leonardo mostró ser una criatura muy tranquila. Siempre durmió y comió estupendamente. Aunque conforme pasaban los días, se percibía su inquietud por aprender, y lo hacía muy rápidamente. Es hábil y avispado, y muy obediente. Pero cuando algo no le sale como él quiere, saca su geniecillo.

Mientras estamos hablando con los padres, el niño nos invita a seguirle a otro cuarto. El de sus padres.

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“Es un dormilón”, dice Gema. “Desde que tenía seis meses duerme de un tirón por las noches. Lo acostamos a las nueve y media, y no se despierta hasta las ocho del día siguiente. También le gusta mucho la siesta, y la duerme un par de horas. Todo ello si no hay mucha fiesta en casa. Que si la hay, se apunta, y no hay quien lo duerma”.

Los padres llevan al niño a su cuarto para cambiarle de ropa. Quieren una foto con Leonardo vestido de Papá Noel.

“Aún no sabemos si le gusta Papá Noel, y creo que tampoco sabe lo que es. Pero como es tan bueno, se deja disfrazar de lo que sea. El traje se lo regalaron mis padres el año pasado, que entonces le venía grande, pero estaba guapísimo con él. Igual que hoy”.

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Leonardo va de nuevo hacia su cuarto. Se sienta en el suelo y se pone a jugar con unas piezas, intentando colocarlas y encajarlas unas con otras.

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“Se divierte mucho con este juego. Pero también le encantan unos dibujos en la tele que están muy de moda: La patrulla canina. Así que pensamos comprarle uno de los perritos para que lo disfrute”.

Gema se toma un respiro. Sonríe.

“Han pasado muchas cosas desde que le trajimos a casa por primera vez. Me acuerdo perfectamente de cómo gateaba por el suelo y sus primeras caídas, y de la primera vez que bailó al escuchar música. Y nunca olvidaré el día en el que celebramos mi treinta cumpleaños. Me ayudó a soplar las velas. Como era la primera vez que lo hacía, tuvimos que estar encendiendo las velas un montón de veces para que las soplase. Tanto, que cuando se fue a dormir, soñaba y soplaba las velas. En estos dieciséis meses, tan intensos, solo puedo decir que traerlo al mundo fue la mejor decisión de nuestras vidas, y que lo repetiría una y mil veces”.

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Lo eres todo para nosotros, LEONARDO.

Mamá y Papá.